Hace algunos años alguien me comentó desde un punto de vista realista: «no creas que por ser profesor, o estar dirigiendo un centro vas a cambiar el mundo; hay que atenerse a la realidad de la vida docente y cumplir estrictamente las normas educativas, aunque sepamos que no funcionan como debieran«.
Por supuesto no me tomé en serio aquellas palabras que encerraban una falta de optimismo ante la vida (docente) y que no casan para nada con mi visión y experiencia de la educación. Durante este tiempo he ido viendo esporádicamente a esta persona y he ido percibiendo ciertos cambios que me hacen albergar esperanza; creo que finalmente volverá a creer que puede cambiar el mundo.
Estamos muy condicionados por una cultura a lo Hollywood de consumo y resultados rápidos. Nos desespera no ver como el mundo cambia delante de nuestros ojos gracias a nuestro empeño. Creo que a veces nos cuesta asumir que los cambios que se produzcan gracias a nuestra labor, en la inmensa mayoría de los casos ni siquiera ocurrirán en nuestro horizonte vital. Como decía aquél anciano profesor chino al gurú de la educación Richard Gerver al ser preguntado por el respeto con el que trataba a los alumnos: «La persona que dé con la cura definitiva para el cáncer o con la solución para la paz mundial podría estar sentada ente estos niños«. Y posiblemente yo muera de cáncer y no vea la paz mundial…
Pero ¿me da eso derecho a no aspirar a un mundo mejor? Evidentemente no, todo lo contrario, me siento obligado a favorecer las condiciones para que en mi ámbito de actuación se genere un ambiente que permita que alguno de los niños y jóvenes con los que compartimos el día a día de la escuela convertirse en un elemento de cambio que transforme el mundo en un lugar mejor.
¿Y qué es un mundo mejor? Me lo preguntaron de pequeño y sigo pensando lo mismo pero con otras palabras: un mundo mejor es un mundo en el que hay un acceso universal a la educación y a un sistema de salud independientemente de tus riquezas (pobrezas); un mundo mejor es aquél en el que el hambre sea un «tengo que esperar a que llegue la hora de comer» no un «otro día sin poder comer ni dar de comer a mis hijos«; un mundo mejor es aquél en el que uno no tenga que ocultar sus creencias y las pueda compartir y debatir aprendiendo a ser resiliente; un mundo mejor es aquel que nos permita experimentar la sensibilidad que tenemos ante la belleza, por la pura belleza, no por su utilidad; un mundo mejor es aquél en el que «violencia» es una palabra del diccionario, no la experiencia diaria de millones de personas en sus cuerpos y corazones… Eso y muchas cosas más es un mundo mejor.
Y por eso soy docente… para cambiar el mundo.